miércoles, 23 de marzo de 2016

Los zapatos de Job: capitulo 1

1        


         Las noticias que se esperaban en esa tarde, tenían los nervios de punta al grupo de tres personas, en la sala de espera del centro hospitalario. El aire acondicionado de las instalaciones de aquel gigante edificio en nada daba un descanso para hacer que la temperatura no fuese tan fría. Los ascensores repletos de gente estaban siempre subiendo y bajando, y el timbre electrónico de cada uno de ellos anunciaba la apertura o el cierre de cada nuevo viaje. No cesaba de salir gente de cada ascensor, y no dejaba de entrar, ya para terminar de subir al noveno piso, o bajar desde el séptimo hasta los pisos inmediatamente siguientes, en escalada casi siempre. Los buenos días, o las buenas tardes, a la entrada de cada nuevo grupo de personas, se hacía sentir, y era como la cartilla de buenos modales de cada nuevo grupo que entraba. Igualmente, en coro, se recibía la respuesta del saludo de los que estaban, o subiendo, o bajando, según la situación momentánea del ciclo repetitivo del servicio del sube y baja de aquella poderosa máquina encargada de transportar gente, en línea vertical. Era agradable dar los buenos días, y lo era, aún más el recibirlo. La respuesta segura del saludo dado obligaba a que quien entrara, se viera forzado a no omitir el saludo, porque la respuesta masiva, era la recompensa al oído que se endulzaba con el coro de la respuesta, de una manera jovial y sana. En cada nuevo grupo que subía, o bajaba, la variedad era realmente sorprendente. Algunos eran conocidos y se saludaban por nombres, una vez entrados en el viaje respectivo y a su destino. La elegancia parecía ser la nota sobresaliente de todos los usuarios. Elegancia que se reflejaba en la altivez de los rostros, y era muy poco común ver caras agobiadas, a pesar, de que cada cual estuviese llevando su lucha interior, por las múltiples penurias de la existencia, o por las circunstancias momentáneas del padecer la vida, en sus diversas intensidades existenciales.
         La ciudad daba su toque personal al comportamiento general, ya de los propios capitalinos, o de los que venían a ella, por ser la capital, a sus interminables actividades propias de las grandes urbes.

         Los días estaban un poco lluviosos y fríos, al comenzar la mañana. A media mañana el sol del verano daba un resplandor avasallador y embriagaba de belleza de luz toda la ciudad, haciendo que el cielo se viera como más azul de lo normal. Se sentía una claridad transparente y bonita, difícil de describir, pero fácil de percibir por los sentidos. Tal vez en eso consistía el contagio natural de alegría percibida por los sensores cerebrales que transmitían optimismo al trajín de la capital. Era, tal vez, instintivo, e igual de contagioso. 

Los zapatos de Job: capitulo 2

2        



         La espera por la noticia de los exámenes los tenía en ascuas, aunque con mucha esperanza de que todo sería positivo, y esas esperanzas les hacían presagiar que todo iría bien, y que se haría como se tenía programado. El siguiente paso era la recolección de las células progenitora y en eso andaban por esos días en la capital. Estaban más que tranquilos, confiados.
         Es importante hacer una pequeña presentación de filosofía de la historia, en cuanto a la manera de ver la existencia. Esto es importante para intentar comprender los recovecos sorpresivos del vaivén existencial. Así, por ejemplo, algunos piensan, sobre todo, en la mentalidad del pueblo judío del Antiguo Testamento, que la historia es cíclica; es decir, repetitiva. Lo que sucedió, se repetirá, y que “no hay nada nuevo bajo el sol”, un poco en la manera pesimista del libro del Eclesiastés. Pero que, no por ello, se halla fuera de la realidad. De hecho, “nada nuevo hay bajo el sol”, sin duda. Esta manera de presentar el existir, tiene de fondo la idea “teísta” de la historia, en donde el hombre es conducido por Dios, y en donde todo lo que sucede es querido por la divinidad, casi de manera directa. Esta manera de ver la historia, conlleva una postura teológica en la que el hombre, prácticamente, no tiene libertad, sino como una especie de sometimiento a un cierto determinismo, o lo que sería lo mismo, que una preeminencia del destino. Las cosas suceden porque Dios las quiere así, y simplemente, el hombre tiene que someterse de manera sumisa a esa su voluntad. Actuar en ese parámetro es visto y practicado como una especie de fe ciega. A más renuncia del intelecto y de la voluntad a intentar comprender los misterios de la historia personal, es visto como más fe y más cercanía de Dios. Renunciar al propio razonamiento y aceptar la superior sabiduría de Dios es la ley de la Torah entera, y debe abrazar todo el judaísmo; esa es la enseñanza, inspirada, sobre todo en el libro de Éxodo en 24,7.
         La idea del destino, ciertamente, lleva a mirar la idea subyacente de que nada sucede por azar o casualidad. Nada sucede sin una motivación y una línea. Todo tiene una causa y un origen. Es decir, la idea de la causalidad, en donde «toda acción conlleva una reacción”. Nada existe por azar, al igual que nada se crea de la nada. Desde un punto de vista religioso, el destino es un plan creado por Dios, por lo que no puede ser modificado de ninguna manera. Se está prácticamente determinado que así va a suceder, y nada, ni nadie va a cambiar las cosas. Para nada aparece la idea de la libertad, y lo que se ha llamado, de manera tipificada como el libre albedrío, tampoco tiene aplicación. Aunque hay autores y pensadores en la filosofía, como Schopenhauer, Ortega y Gasset, y físicos como Albert Einstein, que niegan la idea del libre albedrío, ya que las circunstancias concretas nos privan de libertad y nos obligan a actuar sin verdadera libertad, sino empujados por las situaciones en cadena, quitándonos la libertad de acción, aun cuando digamos que lo hicimos libremente y lo quisimos a plenitud de conciencia; no era sino las circunstancias que nos empujaban a ello. En ese sentido, sin duda, que, entonces, nunca habremos actuado ni actuaremos en futuro, a plenitud del verdadero sentido de libertad, ya que siempre seremos presa de las circunstancias.
         En muchos casos, muchas personas tienen esa visión de la vida. Y esa postura es muy común entre muchos líderes religiosos y espirituales, encargados de orientar las maneras diarias de enfrentar y asumir la vida. ¿Es bueno? ¿Es malo? No se puede negar que da resultados para no sufrir frente a los reveses caprichosos del sube y baja del sentido y del sin sentido de la vida. Se genera un conformismo y una especie de resignación. ¿Son válidos? ¿Son equilibrados? Da resultados positivos para no confrontar las distintas situaciones adversas. Tal vez, no genera sufrimiento, sino aceptación sin cuestionamientos y se asume la vida como viene.
Pero, la otra manera, en todas las consideraciones, es opuesta. Es la manera, aparentemente inconforme, pero muy llena de búsqueda de sentido y de razón de ser de cada situación. Podría verse como la manera contestataria y rebelde. La historia no es cíclica, ni repetitiva, ni es el eterno retorno del que se intentara hablar en algunas épocas. La historia es lineal. Nada se repite, ni por casualidad, ni, muchos menos, por causalidad. La historia está marcada por las pequeñas o grandes decisiones tomadas a cada instante, y la libertad es la medida de conducta. Se presume total conocimiento y consentimiento, lo que supone total dominio de las circunstancias. No deja de ser una quimera o una ilusión, sin embargo, pero vale la pena morirse en el intento, ya que, realmente, es muy complicado pretender tener presente todos y cada uno de los elementos de las situaciones. Esta postura nos lleva a estar inmiscuidos en cada momento, en el ya y en el ahora, y sin ningún tipo de enajenación, estar “ensimismados” en la historia real y concreta. Ensimismado, incluido en todos sus sinónimos, como absorto, embebido, enfrascado, extasiado, abstraído, recogido, pensativo, embobado, todo ello para reconcentrarse en cada momento e instante. Nada se deja para el después, y nada debería dejarse, porque el después será el después, distinto del ya, y del ahora. Interesante, sin duda.
Y estas dos posturas radicalmente opuestas llevan a asumir la vida con sus consecuencias. En la primera, Dios lo quiere así; en la segunda, el cuestionamiento es el por qué Dios lo quiere así, y lleva a buscar y a encontrar. En esta segunda manera de asumir-asumiéndose se adquiere riqueza espiritual, a pesar del aparente espíritu altanero. La altanería sería impetuosidad, y en cierta manera, intensidad que hace la diferencia y marca la pauta en la búsqueda reencontrada cada vez y en eterno, sin descanso, para vivir, igualmente en esa constante.

Los zapatos de Job: capitulo 3

3        




La doctora especialista se hacía esperar. Esa espera podía verse como parte de la rutina y del deber ser en esa y en cualquier instalación hospitalaria. Aquella no era la excepción. Los tres estaban muy tranquilos en la espera. No tenían apuros. Estaban en lo que estaban. Habían ido a eso, y eso, incluía la espera. Eso hacían; esperaban. Y la espera no los desesperaba. Se les veía muy tranquilos. En cierta manera se podría decir que todo es fácil cuando se sabe qué es lo que se quiere, y ellos sabían lo que querían y eso esperaban. Tal vez por eso no se desesperaban con la espera de ese día. No pasaba por la mente por ninguno de los tres que las noticias pudiesen ser negativas, cosa que estaba en la mitad de las posibilidades, porque sería o bueno o malo, relativamente, lo que se esperaba. Mitad y mitad en las posibilidades. Aunque, era más la expectativa en positivo. Pero, ¿y si no? ¡Quién lo iba a saber!
Mucha gente en esas circunstancias suele decir “que será lo que Dios quiera”, como para disponerse de antemano a lo que vendrá, sea bueno o sea malo; pero, que muy en el fondo se espera que sea bueno. Y al decir esa frase, en medio de la incertidumbre de lo que será, ya se está admitiendo inconscientemente o consciente de que pueda que las cosas no sean como se esperaban. Y hay una especie de acondicionamiento a esperar que pueda que no sea tan bueno, o muy bueno, lo que vendrá. Tal vez sea una especie de pre-resignación, o tal vez, sea una sintonía muy estrecha de los sentidos con los detalles del entorno y que aparentemente no lo percibimos de manera clara y precisa, pero que los sensores mentales, a través de los muy sensibles receptores de los sentidos, ya están captando. Tal vez, tenga algo que ver con la intuición. Quizás por eso es que cuando ya sabemos que las cosas no eran como se esperaban, se acostumbre a decir “lo sabía… lo sabía”, como reacción y como reconocimiento, de que ya se esperaba eso que nos confunde porque es aparentemente inesperado, pero que estaba en la mitad de las posibilidades. Lo que hace que cada momento de cada momento sea, nada más, y nada menos, que una simple y llana “aventura del momento”. Y, ¿qué es una aventura? Es acaecimiento, suceso o lance extraño, casualidad, contingencia, o empresa de resultado incierto o que presenta riesgos. Y cada momento representa riesgos porque o se pierde o se gana. Por eso es “aventura del momento”. E implica un doble juego en un eterno juego, en donde siempre está presente la próxima oportunidad de manera inmediata. Se pierde, pero se gana al mismo tiempo, porque aún en la aparente derrota, nos da la oportunidad de la revancha súbita, es decir, inmediata. Esa es la gran ventaja. Lo que conlleva a una apertura sin fin.
Lo de la expresión “aventura del momento” puede sonar novedoso, pero no lo es. Ya la cultura hindú y personajes emblemáticos como Mahatma Gandhi, por ejemplo, lo han profesado y vivido. Tampoco es que se quiera colocar ese estilo de vida como modelo, ya que en ese afán de ensimismarse en el momento, se pierde a veces, la dimensión del futuro y del progreso, en aras de una mal vista sintonía con el ya y el ahora, pero con un deslindamiento con el mañana, que a veces puede llegar al extremo del abandono, sin ningún tipo de previsión personal, familiar y social. Pues, no se puede obviar bajo ninguna razón, que todo eso tiene una clave que es, que tiene que ser “integral”. Además, tener conciencia de vivir la vida y cada momento de ella en una eterna experiencia de la “aventura del momento”, tiene que llevar a la persona a estar plenamente consciente de cada momento, en la medida de lo posible. Vale la pena morir en el intento, pero tampoco es que en aras de intentarlo, nos enajenemos del momento. Enajenarse es distinto de ensimismamiento. Enajenarse es escape, huida y encerramiento en un mundo propio, aislamiento. Ensimismarse es adentrarse; es más, es ya estar en la cosa misma, que es la realidad, en el momento. No se necesita apartarse para percatarse de la situación. Por el contrario, es ya, no buscar el momento oportuno para tomar conciencia, es tener conciencia de cada momento, y así, constantemente. Es no dejar para mañana, o para más tarde, porque ya es ya, y más tarde, o después, es eso, más tarde y después. Sin duda, que vivir así, en el ya y el ahora como son, sin desfases, es una aventura muy aventurera que nos lleva a tomar las cosas con humor, por sobre todas las cosas. Y el humor espontáneo es ya profundidad misma, lo que es inteligencia y agudeza, al mismo tiempo. Tomarse las cosas como vienen y estar en el momento para no dejar el momento para otro que no sea ese momento. Si se sufre, se sufre. Si se tiene temor, se tiene temor. No negarlo, no ocultarlo. No disfrazarlo. Aflorarlo y asirse de él al tener conciencia de que se lo tiene. Y si no se tiene, también estar consciente de que no se tiene. Tampoco se trata de reconocer que si no se tiene miedo, en una situación concreta y específica, hay que inventárselo. No se tiene. Que el futuro genera miedo y temor, sin duda, porque el futuro es imprevisible. Pero, tampoco negar que el miedo que nos da el futuro consiste en que miramos lo que será desde el temor que tenemos en este momento. Por eso nos da miedo el futuro, visto desde el ya de ahora. Por eso es miedo. Pero ese miedo es un adelanto de una situación ficticia que no es porque lo que será, será, y a cada día le bastan sus afanes, como nos dice la misma Biblia, en boca de Jesús de Nazareth.
Pero no se debería tener miedo. El problema no es que no se debería. El problema es que se tiene y se tendrá. ¿Qué no hay que hacer problema? Es fácil decirlo. Hasta el mismo Jesús de Nazareth, según nos cuenta el evangelista San Lucas, en el Huerto de los Olivos, lo tuvo. ¿No es acaso lo que se desprende de lo que teologiza el evangelista en la expresión de Jesús, al decir: “Padre, si es posible aparta de mí este cáliz; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”? Y ya en esa expresión hay una muestra y un ejemplo claro de que la vida es “aventura del momento”. Aventura que implica un eterno juego, pues Jesús en el Huerto, está en esa dimensión de la aventura, en la que está perdiendo, pero pasa a ganar de inmediato, al abandonarse, al decir “no se haga mi voluntad, sino la tuya”. Por lo menos es la teología implícita en la teología del evangelista San Lucas, y ahí no entra en discusión si Jesús lo dijo o no lo dijo, sino en la revelación teológica elaborada por el evangelista, porque el autor está en la plenitud de la dimensión de la Revelación, al comprenderla y expresarla, en ese momento tan crucial para Jesús y para el género humano.
La “aventura del momento” es la nueva dimensión de la comprensión del ya y el ahora, o del aquí y el ya, al mismo tiempo. No es para después, lo que para después será para ese otro momento, distinto de el del ya y aquí. Eso es una aventura. Y en esa aventura, las posibilidades tienen igual de porcentaje, cincuenta y cincuenta. O puede ser si; o puede ser no. Sin embargo, los bajones emocionales se presentan, cuando se está convencido de que será “sí”, y lo que resulta es “no”. Más es el bajón cuando todo indicaba que la única posible respuesta era positiva, pero los resultados indican sorpresivamente que, más bien, es negativa. Entonces, no se entiende nada de nada de lo que está sucediendo. No es fácil.
La “aventura del momento” es la comprensión de que la historia no es ni cíclica, ni puramente lineal. Es la comprensión de que la historia es accidentalmente lineal. Graficado sería así: La primera, sería la visión repetitiva o cíclica; la segunda sería la línea recta; y la tercera sería la línea accidentalmente lineal.
 

                           
            La historia no se repite, ni es cíclica, ya que, entonces, ¿dónde quedaría la libertad y el famoso libre albedrío (discutido hoy por hoy)?. Tampoco es lineal, en el sentido rectilíneo. Pero, si lo es accidentalmente lineal; es decir, está llena de sorpresas, y lo que se esperaba, por lógica matemática, o lógica filosófica, sucede por lógica de lo sorpresivo. La historia y la vida, nos lleva a comprobar que a veces se esperaba que todo saliera como se esperaba, y resulta un bajón en las expectativas. Es, entonces, cuando sucede la bajada de la línea que grafica la idea en el cuadro de arriba. O sea, que la historia y su curso, sobre todo a nivel personal, está sometida a la lógica de la sorpresa; y ya eso es una lógica, aunque parezca ilógico que así sea, pero, así es.

En el caso de los tres que estaban esperando las noticias de la doctora, consciente o inconscientemente, a ese vaivén del sube y baja de la línea caprichosa de la historia. No eran la excepción. El mundo está sometido a ese sube y baja…

Los zapatos de Job: capitulo 4

4        



         La tarde capitalina estaba sabrosamente fría. A momentos caía una pequeña llovizna y aquella experiencia de nublado entre oscuro y claro parecían pinceladas caprichosas de un pintor invisible para enamorarse más de la ciudad. Y con ello acrecentar el embeleso bonito y la alegría contagiosa de sus habitantes. Era para estar enamorado y enamorándose de manera espontánea y como empujados sutilmente a estarlo verdaderamente. Acrecentaba esa sensación el paso decidido de parejas tomadas de la mano en un ritmo apurado, que mostraba lo determinados en su actuar y en su amor.
         La noticia esperada y ansiosamente prolongada ya había hecho sus efectos en los oídos y en los corazones de los tres que estaban esperando en la instalación espaciosa de la sala de la doctora, que los ponía al tanto. El siguiente paso de lo que se iría a realizar, en caso de haber sido positiva la respuesta del resultado del examen, quedaba suspendida hasta que no arrojara positivo el estudio pertinente. Para ello habría que esperar al día siguiente y repetir el examen para comprobar si las condiciones serían favorables, en caso de serlo. En caso negativo, había que comenzar de cero, en esa etapa del curso del tratamiento y de la enfermedad.
         La noticia a esas alturas, desubicó totalmente al grupo de Los tres. Todo se esperaba, menos que el cuerpo de uno de ellos, que era el paciente y el directamente involucrado, no estuviese respondiendo adecuadamente. Los tres se miraron sorprendidos. No se les había pasado la idea por la cabeza que eso fuese posible, como lo era, y como lo estaban evidenciando. Sus rostros blanquearon de una blancura de estupefactos. No esperaban lo que estaban recibiendo, a pesar que estaba en las posibilidades. Todo era posible. Y eso era lo que era. ¿Qué hacer, entonces? Esperar y seguir esperando al día siguiente, a pesar de que se había presentado la opción de regresarse y dar por fracasado ese intento, de una vez por todas. Sin embargo, se podía repotenciar con doble tratamiento de la medicina que se estaba colocando para estimular la producción de los elementos que se necesitaban estudiar, para garantizar el paso inmediato del tratamiento. La misma doctora propuso, sin embargo, intentar esa segunda opción. Quedarse hasta el día siguiente y repetir el estudio, previo reforzamiento del tratamiento, que consistiría en colocar una inyección esa misma noche, y otra, temprano, al levantarse al día siguiente, unas tres horas antes de la extracción de la sangre para el estudio. No había garantía de que fuese a dar resultados positivos, pero había que intentarlo. Los cuatro llegaron a ese acuerdo. Y tomaron sus rumbos.
         Los tres conversaron entre sí, en medio de la sorpresa de la noticia. Se percataron que era posible, como lo era, y que nada ni nadie aseguraba que hubiese un cien por ciento de certeza de respuesta positiva, ni siquiera para el día siguiente. Pero había que arriesgarse. De eso se trataba.
         Aprovechando los adelantos y los servicios de la tecnología, cada uno de los tres, comenzó a comunicarse por mensajes de texto a través del teléfono móvil a los que estaban al pendiente de los resultados. Cada uno informó a su grupo, ya familiar, ya de amigos, de la situación. Y cada uno recibió mensajes de respuestas, tanto de sorpresa solidaria, como de estímulo para continuar. De entre tantos mensajes de respuestas, hubo uno que no cubría las expectativas y fue desconcertante, sobre todo, porque se esperaba, como mínimo, una respuesta de altura. El mensaje decía: “Que bueno. Dé gracias a Dios, que eso sucedió. Dios lo quiere así. Ahora sí, va a actuar Dios. Póngase en manos de Dios. Ahora tenga fe. Es para gloria de Dios”.
         La persona que había recibido el mensaje había quedado confundida, más de lo que ya lo estaba por la situación en que se hallaba. De cualquier otra persona hubiese esperado una respuesta de ese calibre y contenido, pero de la persona que lo recibió, no, pues era persona de un cierto nivel cultural; por lo menos, su condición así lo hacía pensar. Ese mensaje le había entrado hasta los mismos tuétanos de los huesos, le había herido y le había lastimado en sus sentimientos. No esperaba un mensaje tal. Además, de sentir que no cuadraba, ni en lo más mínimo, era colocarse en juez de una situación tan delicada. No tuvo más que contestar, preguntando que si afirmaba, o preguntaba, o si dudaba eso que decía en el mensaje. La respuesta fue confirmativa y reiterativa: lo afirmo y lo confirmo, volvió a contestar la persona del mensaje. Entonces, la persona afectada, ahora un poco más, por la contundencia de la afirmación confirmada, le contesta, igual, por mensaje de texto de celular o móvil: “Muy bien, fulano… Así es que es. Se me parece mucho a los tres famosos amigos de Job. Pero, hay que colocarse en los zapatos de Job”. Convencido estaba que le entendería la bofetada que llevaba el mensaje de respuesta, como reproche, pues por su condición y desempeño sabía quién era Job y de qué se trataba. Por eso le respondía de esa manera, como para que recapacitara en su postura ante situación tan complicada, al querer y tomar partido.
         Esa tarde-noche aprovecharon, los tres, para un pequeño paseo a pie por la ciudad, sin alejarse mucho del hotel donde estaban instalados por esos días. Aprovecharon para cenar comida china. Conversaron de muchas cosas, de lo delicado de la situación de la enfermedad en concreto que estaba atravesando uno de ellos, que era lo que los tenía en la capital. Hablaron de las posibilidades del día siguiente, y de sus temores en el caso de no obtenerse resultados positivos. De esto y de aquello otro. También hablaron del mensaje de la persona que había comentado lo que había comentado. Los tres se enfurecieron y se indignaron con su contenido, sobre todo, viniendo de donde venía. Si sorpresa había sido la noticia negativa de esa tarde de los resultados médicos, más sorpresa había sido la postura y manera de pensar de esa persona. Era una lástima que a estas alturas de la civilización y del progreso, una persona de ese perfil profesional, pensase como pensaba. Pero pensaba.
         La idea de que había que colocarse en los zapatos de Job, estaba machacando los pensamientos. Esa había sido la idea principal en la conversación de esa tarde-noche. Muy fácil decir y juzgar desde afuera de cualquier situación; otra cosa distinta, es ponerse en los zapatos de Job. Muy fácil es colocarse a dar impresiones, otra es estar entrampado en la situación concreta sobre la que se emite los juicios. Además, ¿era una falta de fe hasta ahora todo lo que se venía haciendo en aras de mejoras de la salud? ¿Era, ahora, que se iba a tener fe, y se iba a abandonar en manos de Dios, para que Dios se manifestase? ¿Era que antes se estaba en contra de Dios, y, desde ahora, se iba a estar aliado con Dios para que se manifestase su poder? ¿Cuál poder? ¿Ese juicio y esa afirmación no tendrían implícitos un justificar lo injustificable, en caso de que Dios estuviese buscando un abogado defensor? ¿Tendría necesidad Dios de que se le justificara? Esa afirmación hería hasta en lo más profundo, viniendo de donde venía.
         Llegada ya la hora de ir al descanso nocturno, por lo menos, para estos tres, inmerso cada uno en las confusiones y de los torbellinos de las ideas, con altos grados de temores y miedos, pero con igual porcentaje, o tal vez, más, de esperanzas, se fue cada uno a su cama, a dormir y a esperar a que amaneciera, porque lo bueno de todo es que hay un día después de otro; y eso, es ya una luz y una certeza.

         Al día siguiente, todo nuevo y todo viejo, al mismo tiempo. Un nuevo día y la misma historia. Todo por empezar y todo por continuar, sin diferencias y sin saltos. Simplemente entrelazado y continuado.

Los zapatos de Job: capitulo 5

5        




         La persona afectada en la salud, y por la que se había ido a la capital, para buscar mejorarla con los adelantos médicos habidos hasta el momento, era la misma persona que había mandado el mensaje informando de la circunstancia del día anterior. Y era la misma que había recibido el mensaje, y a su vez, la que lo había devuelto, hablando someramente sobre Job. No satisfecha con lo que había dicho en el último mensaje-respuesta, y en autodefensa, esa misma mañana del día siguiente había mandado otro mensaje, continuando con la idea de Job. El mensaje decía: “¿Sabe Ud., que le dijo la mujer a Job, cuando Job se hallaba en esa situación tan difícil de salud? Le dijo: “No jo…”” No jo…”” No jo…”. Y en ese mensaje estaba implícito muchas cosas. Ciertamente el mensaje era en manera de chiste, pero tenía una moraleja.
         No se sabe la reacción y los efectos del mensaje en la otra parte, pero debió hacer su trabajo.
         Esa mañana acudieron los tres al examen respectivo. Y había que esperar a casi final de la tarde para ver los resultados.
         Nada de especial, en la tarde. La espera. Esta vez con algo de nerviosismo, pero cargados de esperanzas, por eso seguían donde estaban. Pero, igual que el día anterior. No se podía hacer nada, y el intento confirmaba los resultados de una aventura, o bueno, o no tan bueno. En este caso, era, no tan bueno; y era lo que se esperaba en una aventura. Era lo que era. Y había que regresarse para volver a programar en un lapso de dos meses lo que se había realizado para esos días, pero que habían dado resultados no tan buenos, como lo que se esperaban. Simplemente una aventura. La aventura del momento. Así se había vivido. Así era. Así tenía que ser. Así es.
         Esa misma tarde, mientras iban de regreso, el enfermo y el del mensaje, que es el mismo, recibió otro mensaje de la misma persona del tema de Job. Y decía: “Si Ud. sabe lo que le dijo Job a la mujer, me lo dice; porque yo no lo sé”.

Los zapatos de Job: capitulo 6

6        



         La noticia era lo que era. Las esperanzas volvían a relucir, aunque sin negar para nada los temores. Volvía a aparecer la idea de la historia. Y volvía a confirmarse, que la historia no es lineal, sino accidentalmente lineal, o caprichosamente lineal. Porque caprichoso y accidental, podría ser la misma realidad. Lo importante es no perder el hilo de la línea. Ni del hilo anterior. Ni mucho menos el del hilo posterior, sino en continuidad. Graficado sería:
 




        
                            hilo anterior         hilo posterior
                                     

         Las subidas en la línea graficada significan los momentos positivos y llenos de alegría que tiene la historia. En esas subidas podríamos incluir las ilusiones que nos hace o que nos hacemos ante cualquier eventualidad. Nos llenamos de ilusiones y nos da entusiasmo para continuar; pero, enseguida nos viene la bajada de la misma línea, porque las cosas no resultan como esperábamos, y chupulún, la bajada. Pero lo importante es que el hilo no se rompa. Se sube; se cae. Pero el hilo se mantiene, haciendo una conexión perfectamente accidental o caprichosa con el hilo anterior y con el hilo posterior. Maravilloso que así sea. Y así tiene que ser. Que no se rompa, porque significa que estamos siendo fieles a nuestra historia. Y eso en cualquier circunstancia de la vida, no solo de salud.
         Y esa es la vida. Y esa es la historia.
         Ahora graficado en una supuesta ruptura del sentido de la historia, sería de la siguiente manera:

        




Es el mismo gráfico, pero hay una ruptura en la línea tanto que sube, o en la que baja. Y si se rompe el hilo, ya sea del lado que sea, se nos pierde el sentido de la historia. No habrá conexión y no tendremos de donde asirnos o agarrarnos. Se nos pierde la continuidad. Las dos líneas son necesarias e indispensables. La línea de la que se viene atado, y la línea a la que se continúa atado. Soltarse, por rompimiento, es simplemente catastrófico. La historia continúa, a pesar del bajón que no se esperaba, o a pesar de la subida que nos ilusiona y nos llena de esperanzas. Perder la experiencia de la conexión, de atrás y hacia delante, en continuidad, es enloquecer; es decir, es perder el sentido de la historia, ya por ilusión, ya por desilusión. Ni demasiado optimismo exacerbante, ni demasiado pesimismo desilusionante. Los dos en su justa medida. La esperanza por sobre todas las cosas, porque es lo que alienta a continuar; y la amargura de la desilusión, que es lo que nos lleva a poner los pies en la tierra, para volver a subir a la línea que continúa en su trayectoria lineal. Pero en su trayectoria caprichosa o accidentalmente lineal, o con los accidentes o los caprichos del sube y baja, pero en continuidad.
La empresa del libro titulado “Los zapatos de Job” rondaba la realidad. Y al comenzar a re-leer el libro de Job para poder hacer tangible y en un hecho, el enfermo y el del teléfono, encontró la respuesta que la persona le había requerido sobre lo que había dicho Job a su mujer:Entonces su mujer le dijo: « ¿Todavía perseveras en tu entereza? ¡Maldice a Dios y muérete!» Pero él le dijo: «Hablas como una estúpida cualquiera. Si aceptamos de Dios el bien, ¿no aceptaremos el mal?» En todo esto no pecó Job con sus labios” (Job 2, 9-10).

Y cuando tuvo la oportunidad escribió a su amigo y transcribió en mensaje de texto de celular la cita del libro de Job 2, 9-10.

Los zapatos de Job: capitulo 7

7        



Y, ¿Quién es Job? ¿Qué representa Job? ¿Qué hace Job? ¿Por qué Job? ¿Qué importancia tiene Job, y dónde aparece Job?
Job es un libro de la Biblia.
Job es un personaje de uno de los libros de la Biblia, que lleva el nombre de Job.
Job es un personaje de un cuento. No es un personaje histórico, sino un personaje literario, fruto de la imaginación del que escribió ese libro, o de quienes lo escribieron. No se sabe quien escribió el libro de Job, aunque algunos dicen que podría ser Job mismo. Pero, la pregunta es ¿y, quién era Job-autor, para diferenciarlo de Job-personaje? La fecha de composición es incierta. Su historia es en el país de Uz, en la región de Edom, al sur del Mar Muerto. Otros hablan de una región del sur del Líbano. En cualquier caso, existe incertidumbre acerca de la ubicación de este país.
Este libro aborda el tema del sufrimiento. En particular, quiere responder a la pregunta "¿por qué los justos sufren?". El libro de Job quiere refutar la tesis del delito o la pena como paga de que el sufrimiento es el resultado de un estado de pecado personal. Los profetas no podían entender la suerte de los impíos y la desgracia de los justos. Esta mentalidad de pago (el pecado o el sufrimiento = delincuencia = castigo) todavía existía en la época de Jesús, como se nos cuenta en el episodio del ciego de nacimiento: (Jn. 9,1-33):

 Vio, al pasar, a un hombre ciego de nacimiento.
 Y le preguntaron sus discípulos: «Rabbí, ¿quién pecó, él o sus padres, para que haya nacido ciego?»
 Respondió Jesús: «Ni él pecó ni sus padres; es para que se manifiesten en él las obras de Dios.
 Tenemos que trabajar en las obras del que me ha enviado mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar.
 Mientras estoy en el mundo, soy luz del mundo.»
 Dicho esto, escupió en tierra, hizo barro con la saliva, y untó con el barro los ojos del ciego  y le dijo: «Vete, lávate en la piscina de Siloé» (que quiere decir Enviado). El fue, se lavó y volvió ya viendo.
 Los vecinos y los que solían verle antes, pues era mendigo, decían: « ¿No es éste el que se sentaba para mendigar?»
 Unos decían: «Es él». «No, decían otros, sino que es uno que se le parece.» Pero él decía: «Soy yo.»
 Le dijeron entonces: « ¿Cómo, pues, se te han abierto los ojos?»
 El respondió: «Ese hombre que se llama Jesús, hizo barro, me untó los ojos y me dijo: “Vete a Siloé y lávate.” Yo fui, me lavé y vi.»
 Ellos le dijeron: « ¿Dónde está ése?» El respondió: «No lo sé.»
 Lo llevan donde los fariseos al que antes era ciego.
 Pero era sábado el día en que Jesús hizo barro y le abrió los ojos.
 Los fariseos a su vez le preguntaron cómo había recobrado la vista. El les dijo: «Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo.»
 Algunos fariseos decían: «Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado.» Otros decían: «Pero, ¿cómo puede un pecador realizar semejantes señales?» Y había disensión entre ellos.
 Entonces le dicen otra vez al ciego: « ¿Y tú qué dices de él, ya que te ha abierto los ojos?» El respondió: «Que es un profeta.»
 No creyeron los judíos que aquel hombre hubiera sido ciego, hasta que llamaron a los padres del que había recobrado la vista  y les preguntaron: « ¿Es éste vuestro hijo, el que decís que nació ciego? ¿Cómo, pues, ve ahora?»
 Sus padres respondieron: «Nosotros sabemos que este es nuestro hijo y que nació ciego.
 Pero, cómo ve ahora, no lo sabemos; ni quién le ha abierto los ojos, eso nosotros no lo sabemos. Preguntadle; edad tiene; puede hablar de sí mismo.»
 Sus padres decían esto por miedo por los judíos, pues los judíos se habían puesto ya de acuerdo en que, si alguno le reconocía como Cristo, quedara excluido de la sinagoga.
 Por eso dijeron sus padres: «Edad tiene; preguntádselo a él.»
 Le llamaron por segunda vez al hombre que había sido ciego y le dijeron: «Da gloria a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador.»
 Les respondió: «Si es un pecador, no lo sé. Sólo sé una cosa: que era ciego y ahora veo.»
 Le dijeron entonces: « ¿Qué hizo contigo? ¿Cómo te abrió los ojos?»
 El replicó: «Os lo he dicho ya, y no me habéis escuchado. ¿Por qué queréis oírlo otra vez? ¿Es qué queréis también vosotros haceros discípulos suyos?»
 Ellos le llenaron de injurias y le dijeron: «Tú eres discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés.
 Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios; pero ése no sabemos de dónde es.»
 El hombre les respondió: «Eso es lo extraño: que vosotros no sepáis de dónde es y que me haya abierto a mí los ojos.
 Sabemos que Dios no escucha a los pecadores; mas, si uno es religioso y cumple su voluntad, a ése le escucha.
 Jamás se ha oído decir que alguien haya abierto los ojos de un ciego de nacimiento.
 Si éste no viniera de Dios, no podría hacer nada.»
 Ellos le respondieron: «Has nacido todo entero en pecado ¿y nos da lecciones a nosotros?» Y le echaron fuera.



El tema del sufrimiento no es exclusividad del libro de Job, o de la cultura judía. Ya otras civilizaciones lo habían tratado, como por ejemplo: “Las protestas del campesino elocuente”, un texto egipcio del siglo XXI a.C., que contiene varios discursos de disconformidad dirigidos a un faraón deificado. Registradas en secreto para esparcimiento de la corte, las quejas del hombre suscitaban condescendencia. La epopeya cananea de Keret habla de un hombre que, como Job, pierde a su esposa y a sus hijos pero luego forma una nueva familia al recuperar el favor de los dioses. El sufrimiento inmerecido es tema de al menos cuatro textos mesopotámicos, de los cuales el más parecido al relato bíblico es “El hombre y su Dios”, llamado a veces el Job sumerio, que se encontró en una tablilla del siglo XVIII a.C. escrita en cuneiforme. Así que el tema es más antiguo que La Biblia y existe un texto acadio sobre el justo que sufre injustamente. El origen de este tema, común en esa zona, se sitúa en Mesopotamia, según Maite Fernández Soriano, en un artículo titulado “Una lectura psicoanalítica del sufrimiento en el Libro de Job y su relación con la neurosis obsesiva”. Tampoco es que el libro de Job trate de un personaje judío, sino que era un tema común por entonces.

Los zapatos de Job: capitulo 8

8        



 Job es, para sus consejeros, un malvado que sufre su castigo, y lo acusan de pecados concretos. Pero, de manera concreta ninguno de los tres amigos le acusan de algo preciso, sino que hablan de generalidades. Se tiene presente, sin duda, la idea del libro de Ezequiel (18), en donde “cada uno es responsable de sus propias acciones, y es premiado según ellas”.
Job, por su parte, reafirma su justicia estallando en un grito al Dios que no responde en una declaración jurada de su inocencia, y en un emplazamiento solemne de Dios para un juicio con él, en el que el tema es la justicia al prójimo.
Elihú, ataca a Job, enojado porque Job “pretendía tener razón frente a Dios”, y porque los tres polemistas de Job, al no tener ya nada que replicar, “habían dejado mal a Dios”. Los que acusan a Job, están buscando ser los abogados de Dios. Quieren y se sienten que hablan en nombre de Dios. Job, los reta, sin embargo. Job se siente justo y reclama justicia.
Yavéh interviene en el desenlace, después que los defensores de Dios, y los acusadores de Job, fracasan en sus discursos. Dice el texto: “No habéis hablado con verdad de mí, como mi siervo Job” (42,7). Y, entonces, se intercambian los roles. Ahora, Job termina siendo el intercesor de sus acusadores, y Dios lo restaura en su condición anterior, aumentándole al doble sus bienes y su vida (muere a los 140 años, el doble de lo que el salmo 90,10 señala como vida media del hombre). Y todo termina en un “final feliz”, como terminan los cuentos de finales felices, como diciendo “Colorín-colorado… este cuento se ha acabado”.
El autor del Libro de Job es un sabio que critica con gran habilidad la sabiduría académica y filosófica, que no sabe dar razón del sufrimiento injusto del hombre. Los sabios, los filósofos, y la misma tradición, no saben explicar el dolor y el sufrimiento en el hombre. Quieren jugar a ser dios, sabiendo lo que no saben, y justificar lo que no tiene justificación. Ahí está la gran crítica del libro de Job, a sus contemporáneos de entonces, y a los que ahora, con posturas de saberlo todo, no saben más que torpezas, a las que enmudecería el silencio respetuoso. Es un grito, ciertamente. Y un reclamo. Y una justicia reclamada, al mismo tiempo.
No porque en aras de defender a Dios a ciegas, se debe condenar al hombre: porque la tesis tradicional de la retribución establece que el sufrimiento es castigo de Dios por el pecado. Job, a partir de su propio testimonio, no acepta dicha doctrina clásica: él es un justo sufriente. Más bien, condena al Dios de la tradición, ante quien no tiene salida. Pero este Job, que no tiene nada que perder, se atreve a demandar a Dios, a pedirle razones, a discutir con él. Ciertamente, un escándalo a todas vistas. Pero, justo ahí es donde está la enseñanza y grandeza del libro de Job. Donde está, justamente, la teología de este gran libro. Se trata de una doble teología. Primero, de la manera que se creía que era la recompensa inmediata, como premio de Dios. O, su contrario, el castigo; y en ambos casos, con la idea de la retribución. Es decir, “el que aquí la hace, aquí la paga”. O si le está yendo mal, es porque Dios lo está castigando de manera inmediata por el mal comportamiento. La idea del castigo de Dios. Pero, la otra teología, y es la que quiere demostrar el libro de Job, es que las cosas no son así, porque Job se declara inocente, y más bien, reta y demanda a Dios. Pero, al Dios o a la idea de Dios, que se creía y de la que se hacían representantes los famosos acusadores de Job y defensores de Dios. Y es cuando la actitud de Job es subversiva y rebelde. Tenía que serlo, porque es lo que se desprende del contenido teológico del libro.

Job es el teólogo que supo descubrir, en su propio acontecimiento, el rostro salvador de Dios; la pastoral de sus amigos lo conducía a una sumisión sin sentido. La rebeldía teológica de Job le permitió supera las barreras de la sabiduría clásica, cósmica, y encontrar al Dios liberador de Israel. Y así, ante la idea de llevar a Yahvé ante un hipotético (e imposible) tribunal para que dé cuentas de su sañuda e inmisericorde persecución ante la prueba a Job; ahora es el héroe quien pretende someter a prueba a la divinidad. Entonces, en vez de Yahvé responder, más bien, contiene un reto desafiante lanzado a Job. Y al final, Job acaba reconociendo que no tiene ningún derecho a decidir el modo en que ha de funcionar el orden cósmico. Ha descubierto que la libertad divina es ilimitada e impenetrable para el ser humano, y que si Yahvé es libre para afligir, también lo es para bendecir. «Y Job murió anciano y colmado de años». Y colorín, colorado...

Los zapatos de Job: capitulo 9

9        




Había una vez en el país de Us un hombre llamado Job: hombre cabal, recto, que temía a Dios y se apartaba del mal.
Le habían nacido siete hijos y tres hijas.
Tenía también 7.000 ovejas, 3.000 camellos, quinientas yuntas de bueyes, quinientas asnas y una servidumbre muy numerosa. Este hombre era, pues, el más grande de todos los hijos de Oriente.
Solían sus hijos celebrar banquetes en casa de cada uno de ellos, por turno, e invitaban también a sus tres hermanas a comer y beber con ellos.
Al terminar los días de estos convites, Job les mandaba a llamar para purificarlos; luego se levantaba de madrugada y ofrecía holocaustos por cada uno de ellos. Porque se decía: «Acaso mis hijos hayan pecado y maldecido a Dios en su corazón.» Así hacía Job siempre.
El día que los Hijos de Dios venían a presentarse ante Yahveh, vino también entre ellos el Satán.
Yahveh dijo al Satán: « ¿De dónde vienes?» El Satán respondió a Yahveh: «De recorrer la tierra y pasearme por ella.»
Y Yahveh dijo al Satán: « ¿No te has fijado en mi siervo Job? ¡No hay nadie como él en la tierra; es un hombre cabal, recto, que teme a Dios y se aparta del mal!»
Respondió el Satán a Yahveh: «Es que Job teme a Dios de balde?
¿No has levantado tú una valla en torno a él, a su casa y a todas sus posesiones? Has bendecido la obra de sus manos y sus rebaños hormiguean por el país.
Pero extiende tu mano y toca todos sus bienes; ¡verás si no te maldice a la cara!»
Dijo Yahveh al Satán: «Ahí tienes todos sus bienes en tus manos. Cuida sólo de no poner tu mano en él.» Y el Satán salió de la presencia de Yahveh.
El día en que sus hijos y sus hijas estaban comiendo y bebiendo vino en casa del hermano mayor, vino un mensajero donde Job y le dijo: «Tus bueyes estaban arando y las asnas pastando cerca de ellos; de pronto irrumpieron los sabeos y se los llevaron, y a los criados los pasaron a cuchillo. Sólo yo pude escapar para traerte la noticia.»
Todavía estaba éste hablando, cuando llegó otro que dijo: «Cayó del cielo el fuego de Dios, que quemó las ovejas y pastores hasta consumirlos. Sólo yo pude escapar para traerte la noticia.»
Aún estaba hablando éste, cuando llegó otro que dijo: «Los caldeos, divididos en tres cuadrillas, se lanzaron sobre los camellos, se los llevaron, y a los criados los pasaron a cuchillo. Sólo yo pude escapar para traerte la noticia.»
Todavía estaba éste hablando, cuando llegó otro que dijo: «Tus hijos y tus hijas estaban comiendo y bebiendo en casa del hermano mayor. De pronto sopló un fuerte viento del lado del desierto y sacudió las cuatro esquinas de la casa; y ésta se desplomó sobre los jóvenes, que perecieron. Sólo yo pude escapar para traerte la noticia.»
Entonces Job se levantó, rasgó su manto, se rapó la cabeza, y postrado en tierra, dijo: «Desnudo salí del seno de mi madre, desnudo allá retornaré. Yahveh dio, Yahveh quitó: ¡Sea bendito el nombre de Yahveh!»
En todo esto no pecó Job, ni profirió la menor insensatez contra Dios.

         Así comienza el libro de Job. Apenas es el primer capítulo del libro. Es de mucha importancia la lectura de todo el libro completo. Es básico.
         Es importante, sin embargo, recordar algunas cosas útiles para la lectura completa del libro:

1       Es un cuento… Como el equivalente a “Érase una vez….”
2       El autor no esta narrando la conversación entre El Satán y Dios, porque el autor no estaba en ese momento, en caso de que se hubiese dado el pacto entre los dos. No es un historiador.
3       El autor se inventa un trato entre Dios y El Satán.
4       Ese trato, o pacto, o negociación es un recurso literario. Es un invento, una excusa, un medio, una manera.
5       Como todo cuento, tiene una moraleja, o una enseñanza. Por eso hay que leer todo el libro, o en como en el caso de una película de ciencia ficción, hay que verla toda, de principio a fin.
6       El autor (o autores) tiene clara una idea, que es la que quiere plasmar en su recurso o cuento. También tiene otra idea, que es la que quiere refutar o llevarle la contraria. En ese sentido, es como una tesis, con enunciado, con método, contenido y desarrollo, y al final con una conclusión, con la misma fórmula de cuento como comenzó.
7       Tiene un principio feliz, un desarrollo desafortunado, y un final feliz. Porque es un cuento.
8       No hay que creer lo que el libro dice. Lo que el libro dice es para reflexionarlo, para pensarlo, para profundizarlo, para asumirlo como postura ante la vida. Precisamente, porque es una presentación teológica profunda.
9       Lo que se cuenta es invención. Lo que interesa es la idea de fondo, que es lo más importante. Es una reflexión, una crítica.

Sería de mucha utilidad, antes de continuar con la lectura de este libro, que abriera su Biblia y buscara el libro de Job. Y si comienza a leerlo, sería todavía muchísimo mejor. Le va a sacar mucho provecho personal, si lo hace. Pero, léalo como se lee un libro de cuentos. Anote, si es posible, algunas ideas, o todas las ideas que le llamen la atención. Deténgase en las partes que le impresionen, pero no se estanque en ellas. Vuelva a leer las partes que le impresionan y continúe. La idea es que pueda leer todo el libro completo. Si lo hace, ya ha ganado bastante. Y después, si quiere, continúe con la lectura de este libro, para ver qué cosas nuevas está descubriendo. Sobre todo, déjese sorprender, tanto con el la lectura del libro de Job, directamente, como con este que está leyendo.

Los zapatos de Job: capitulo 10

10        



El libro de Job es considerado uno de los mejores libros de la Biblia. Considerado por algunos como “magnífico y sublime como ningún otro libro de la Biblia”. Tiene de todo. Tiene como recurso literario la ficción, tiene poesía, tiene psicología, tiene filosofía, tiene sociología, tiene teología y anti-teología, tiene rebeldía, tiene crítica… Tiene, sobre todo, un gran contenido antropológico; es decir, sobre el sufrimiento humano, sobre todo por su drama psicológico. Es considerado una de las grandes obras literarias de la humanidad. Algunos consideran que Job no es el hombre Job, sino que es la humanidad entera. Es la raza que puede sentir, pensar, explicarse con ese sentido del sufrimiento e intercambiar su palabra con la palabra con su Creador.
El libro de Job está considerado junto con el Libro de Salmos y el Libro de Proverbios, los libros de la quintaesencia psicológica de la Biblia, por su comprensión de la persona humana. Así, por ejemplo, el libro de los Salmos expresa plenamente las plegarias de nuestras almas a Dios. Cuando recitamos salmos nos identificamos con el rey David, a quien se le atribuye su autoría, y por más alejados que nos sintamos de Dios, el salmo eleva nuestro espíritu y nos devuelve la esperanza. En el Libro de los Proverbios, el sabio padre enseña a su hijo cómo escapar de su tendencia al mal. Y el Libro de Job, es virtualmente un manual de psicología, describiendo en detalle el proceso de psicoanálisis. El libro de Job, como tal, es en su estilo literario, sui generis, inclasificable. No es historia real. Es considerado como una leyenda, inclusive, existente antes que el libro mismo de Job. Pero si es un cuento con moraleja. Y, en cierta manera, puede verse como una paradoja, o una parábola, en la que hay una especie de simposio o panel de recolección de ideas y de opiniones, en el caso de los interlocutores de Job, incluyendo a la mujer de Job, por supuesto. Y en el que hay aclaratorias finales por parte de Yahveh a Job, y su reconocimiento y justicia. Recurso y manera de escribir del autor. No se puede olvidar ese detalle, porque de lo contrario, se pierde de vista ver el libro de Job, como lo que es: una obra literaria.
Si ha ojeado ya el libro, sabrá por qué el recurso literario es la ficción; y si no lo ha mirado todavía, pues pongamos los elementos para ubicarnos y facilitar un poco las cosas. Comienza el libro: “Había una vez en el país de Us un hombre llamado Job…El día que los Hijos de Dios venían a presentarse ante Yahveh, vino también entre ellos el Satán. Yahveh dijo al Satán: « ¿De dónde vienes?» El Satán respondió a Yahveh: «De recorrer la tierra y pasearme por ella…” Ahí comienza la ficción y el cuento, que empieza con el trato hecho entre los dos personajes secundarios, para pasar al primer plano con Job, que es el recurso. Después viene la trama, como consecuencia del pacto entre El Satán y Dios, las primeras penurias. Justo después de las primeras adversidades aparecen los tres amigos, que vienen a condolerse y a consolarle. Dice:

Tres amigos de Job se enteraron de todos estos males que le habían sobrevenido, y vinieron cada uno de su país: Elifaz de Temán, Bildad de Súaj y Sofar de Naamat. Y juntos decidieron ir a condolerse y consolarle.
Desde lejos alzaron sus ojos y no le reconocieron. Entonces rompieron a llorar a gritos. Rasgaron sus mantos y se echaron polvo sobre su cabeza.
Luego se sentaron en el suelo junto a él, durante siete días y siete noches. Y ninguno le dijo una palabra, porque veían que el dolor era muy grande.

No deja de notarse una cierta ironía por parte del autor, al decir, que:
·        juntos decidieron ir a condolerse y consolarle,
·        no le reconocieron,
·        entonces rompieron a llorar a gritos,
·        rasgaron sus mantos y se echaron polvo sobre su cabeza,
·        se sentaron en el suelo junto a él… porque veían que el dolor era muy grande.

Y en esa sola parte se repite la misma idea. El autor pareciera ironizar sobre la intención de los tres que decidieron consolar a Job, al punto de sentarse en silencio a su lado, porque veían que el dolor de Job era muy grande. Y hasta se “rasgaron sus mantos y se echaron polvo sobre su cabeza”, como señal de acompañamiento, o como muestra que en verdad, también, estaban sufriendo. Pareciera existir una cierta conexión con la situación del Rey David, cuando lo de Urías el Hitita. El Rey se enoja mucho por la muerte de Urías. Pero, el mismo Rey le había pedido a Joab que atacara y colocase en primera fila a Urias, para que muriera. Y así se quitaba de en medio a Urías en relación a la situación complicada con la mujer de éste[1]. El dolor y pena del Rey David, en pura apariencia y mentira, pareciera estar reflejado de alguna manera con el dolor y pena sufridos por los tres amigos de Job.
El acompañamiento de los que se sentaron al lado de Job para consolarlo, porque estaban condolidos, asumen inmediatamente la postura que el autor quiere refutar. Dios no necesita abogados para su defensa. En cambio, ellos, se sienten con la autoridad para nombrarse sus defensores, y, entonces, esgrimen todo lo que sus saberes poseen para defender lo indefendible, y atacar y hundir más al que ya estaba hundido por la situación. ¡Vaya consuelo el que estaban dando! Pero se sentían autorizados para ello.
Es cuando el autor coloca en cada uno de ellos sus razones. Razones que cobran fundamento en el grito, tal vez, lastimero del propio Job, y que el autor coloca como la base para soportar las maneras de pensar de los tres.




[1] Cfr. Segundo libro de Samuel 11-12.

Los zapatos de Job: capitulo 11

11        



El caso es que la situación de Job se complica. Después del trato entre El Satán y Dios, porque es a raíz de ese trato o de ese reto por parte de El Satán, que comienzan las penurias y vicisitudes para Job. Hasta se podría decir que Dios cae en la tentación que le presenta El Satán. Pero es un recurso literario, y no podemos olvidar ese elemento, que es clave.
¿Cuáles son las penurias?
Las primeras son a nivel de sus riquezas y posesiones.
El texto dice:

 El día en que sus hijos y sus hijas estaban comiendo y bebiendo vino en casa del hermano mayor, vino un mensajero donde Job y le dijo: «Tus bueyes estaban arando y las asnas pastando cerca de ellos; de pronto irrumpieron los sabeos y se los llevaron, y a los criados los pasaron a cuchillo. Sólo yo pude escapar para traerte la noticia.»
 Todavía estaba éste hablando, cuando llegó otro que dijo: «Cayó del cielo el fuego de Dios, que quemó las ovejas y pastores hasta consumirlos. Sólo yo pude escapar para traerte la noticia.»
 Aún estaba hablando éste, cuando llegó otro que dijo: «Los caldeos, divididos en tres cuadrillas, se lanzaron sobre los camellos, se los llevaron, y a los criados los pasaron a cuchillo. Sólo yo pude escapar para traerte la noticia.»
 Todavía estaba éste hablando, cuando llegó otro que dijo: «Tus hijos y tus hijas estaban comiendo y bebiendo en casa del hermano mayor.
 De pronto sopló un fuerte viento del lado del desierto y sacudió las cuatro esquinas de la casa; y ésta se desplomó sobre los jóvenes, que perecieron. Sólo yo pude escapar para traerte la noticia.»

Comienza a complicársele la situación a Job. Esta situación de posesión y de riqueza la resuelve Job, sin embargo, con la frase, por de más conocida: «Desnudo salí del seno de mi madre, desnudo allá retornaré. Yahveh dio, Yahveh quitó: ¡Sea bendito el nombre de Yahveh!». Frase conocida, por supuesto, parafraseando el libro de Job. ¿Con esa sumisión queda claro el desprendimiento del personaje y su desapego a lo material? Hasta se podría espiritualizar con ese pretendido desprendimiento. Pero, ¿sería válido?
Las siguientes penurias son a nivel de salud:

El Satán salió de la presencia de Yahveh, e hirió a Job con una llaga maligna desde la planta de los pies hasta la coronilla de la cabeza.
Job tomó una tejoleta para rascarse, y fue a sentarse entre la basura.
Entonces su mujer le dijo: « ¿Todavía perseveras en tu entereza? ¡Maldice a Dios y muérete!»

Y Job resuelve su situación con otra frase: Si aceptamos de Dios el bien, ¿no aceptaremos el mal?”. Pero antes de eso, hay una respuesta fuerte de Job a su mujer: Hablas como una estúpida cualquiera”, ante la sugerencia de ella de que maldijera a Dios.

Es, entonces, cuando los tres que habían venido a consolar a Job, se sientan a su lado, con gran pena y dolor. Y es cuando Job irrumpe en su sufrimiento con el grito y con su lamento.