miércoles, 23 de marzo de 2016

Los zapatos de Job: capitulo 16

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         Las cosas no quedan claras. No se cierra la apuesta y ninguno se declara victorioso, al respecto. Tampoco hay un reconocimiento de parte y parte de los apostadores. Al contrario, viene un silencio rotundo, y aparece, a su vez, una especie de reclamo a Job: “¿Quién es ése que oscurece el consejo con palabras sin sabiduría?”
         A este punto, es necesa­rio preguntarse: ¿Quién es el que oscurece el consejo, y de qué consejo se trata? Lo oscuro es precisamente que Dios con­cierte una apuesta con Satán. Y en cuanto en la apuesta de Yahveh no hay “consejo” alguno.

         ¿Cuáles son las palabras sin sabiduría? Yahveh no se refiere sin duda a las palabras de los amigos de Job, sino que es a Job a quien recrimina. Pero ¿en qué consiste la culpa de Job? Está enfrentando a Dios, respecto a su justicia, y se mantiene en esa idea. Pero Dios no responde para reconocer la justicia o la no justicia divina, sino para insistir que El, es el Todopoderoso, en caso que hubiese alguna duda, al respecto. Pareciera, más bien, que fuera un diálogo que Dios tiene consigo mismo, pues no presta atención a las palabras de Job. Job, por su parte, se da cuenta que su caso no será reconocido e inteligentemente, recoge las agresivas palabras de Yahveh, y se arroja a sus pies, como si él fuese en verdad el adversario vencido. Job ha aprendido la lección, y ha vivido “cosas ocultas”, que no es fácil entender. Job conocía, en efecto, a Yahveh sólo “de oídas”; pero ahora ha experimentado la realidad de Yahveh. Ésta es una lección importante, que no se debe olvi­dar. Job era antes un ingenuo; había llegado a soñar con un Dios “bueno”, y con un soberano complaciente y justo juez; se había imaginado que una “alianza” era una cuestión de derecho, y que uno de los aliados puede aferrarse al derecho que se le ha concedido. Job creía que Dios era veraz y fiel, o al menos justo, y que reconocía — como podía sospecharse por el decálogo — ciertos valores éticos, o cuando menos se sentía obligado a mantener su propio punto de vista jurídico. Pero, para espanto suyo, Job ha visto que Yahvé no es un hom­bre, sino que es un fenómeno, que no puede ser juz­gado de manera moral. A un Dios tal, que es un soberano absoluto, el hombre sólo puede someterse con temor y temblor, e intentar propiciarle indirectamente con grandes alabanzas y con una obe­diencia ostentosa. Es decir, que Job estaba engañado, porque Dios no le da respuesta al reclamo de Job, sino que se defiende manifestando el poder y su autoridad. Job comprende esa verdad y prefiere callarse. Dios no le reconoce, en justicia, su derecho. Job lo comprende, y en cierta manera, Job le gana a Dios, porque Job reclama su derecho y Dios no se lo reconoce. Por el contrario, lo apabulla con su poderío, y ese no era el tema, sino el derecho de Job, que estaba siendo lesionado. Ese era el tema. No que Dios fuese grande y omnipotente, cosa que no dejaba de reconocer Job, sino que Job estaba siendo vulnerado en su justicia. Ese era la cuestión principal. Clave.

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