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La espera por la noticia de los exámenes los tenía en
ascuas, aunque con mucha esperanza de que todo sería positivo, y esas
esperanzas les hacían presagiar que todo iría bien, y que se haría como se
tenía programado. El siguiente paso era la recolección de las células
progenitora y en eso andaban por esos días en la capital. Estaban más que
tranquilos, confiados.
Es importante hacer una pequeña presentación de filosofía de
la historia, en cuanto a la manera de ver la existencia. Esto es importante
para intentar comprender los recovecos sorpresivos del vaivén existencial. Así,
por ejemplo, algunos piensan, sobre todo, en la mentalidad del pueblo judío del
Antiguo Testamento, que la historia es cíclica; es decir, repetitiva. Lo que
sucedió, se repetirá, y que “no hay nada nuevo bajo el sol”, un poco en la
manera pesimista del libro del Eclesiastés. Pero que, no por ello, se halla
fuera de la realidad. De hecho, “nada nuevo hay bajo el sol”, sin duda. Esta
manera de presentar el existir, tiene de fondo la idea “teísta” de la historia,
en donde el hombre es conducido por Dios, y en donde todo lo que sucede es
querido por la divinidad, casi de manera directa. Esta manera de ver la
historia, conlleva una postura teológica en la que el hombre, prácticamente, no
tiene libertad, sino como una especie de sometimiento a un cierto determinismo,
o lo que sería lo mismo, que una preeminencia del destino. Las cosas suceden
porque Dios las quiere así, y simplemente, el hombre tiene que someterse de
manera sumisa a esa su voluntad. Actuar en ese parámetro es visto y practicado
como una especie de fe ciega. A más renuncia del intelecto y de la voluntad a
intentar comprender los misterios de la historia personal, es visto como más fe
y más cercanía de Dios. Renunciar al propio razonamiento y aceptar la
superior sabiduría de Dios es la ley de la Torah entera, y debe abrazar todo el judaísmo;
esa es la enseñanza, inspirada, sobre todo en el libro de Éxodo en 24,7.
La idea del destino, ciertamente, lleva a mirar la idea
subyacente de que nada sucede por azar o casualidad. Nada sucede sin una
motivación y una línea. Todo tiene una causa y un origen. Es decir, la idea de
la causalidad, en donde «toda acción
conlleva una reacción”. Nada existe por azar, al igual que nada se crea de la
nada. Desde un punto de vista religioso, el destino es un plan creado por Dios,
por lo que no puede ser modificado de ninguna manera. Se está prácticamente
determinado que así va a suceder, y nada, ni nadie va a cambiar las cosas. Para
nada aparece la idea de la libertad, y lo que se ha llamado, de manera
tipificada como el libre albedrío,
tampoco tiene aplicación. Aunque hay autores y pensadores en la filosofía, como
Schopenhauer, Ortega y Gasset, y físicos como Albert Einstein, que niegan la
idea del libre albedrío, ya que las circunstancias concretas nos privan de
libertad y nos obligan a actuar sin verdadera libertad, sino empujados por las
situaciones en cadena, quitándonos la libertad de acción, aun cuando digamos
que lo hicimos libremente y lo quisimos a plenitud de conciencia; no era sino
las circunstancias que nos empujaban a ello. En ese sentido, sin duda, que,
entonces, nunca habremos actuado ni actuaremos en futuro, a plenitud del
verdadero sentido de libertad, ya que siempre seremos presa de las
circunstancias.
En muchos casos, muchas personas tienen esa visión de la
vida. Y esa postura es muy común entre muchos líderes religiosos y
espirituales, encargados de orientar las maneras diarias de enfrentar y asumir
la vida. ¿Es bueno? ¿Es malo? No se puede negar que da resultados para no
sufrir frente a los reveses caprichosos del sube y baja del sentido y del sin
sentido de la vida. Se genera un conformismo y una especie de resignación. ¿Son
válidos? ¿Son equilibrados? Da resultados positivos para no confrontar las
distintas situaciones adversas. Tal vez, no genera sufrimiento, sino aceptación
sin cuestionamientos y se asume la vida como viene.
Pero, la otra
manera, en todas las consideraciones, es opuesta. Es la manera, aparentemente
inconforme, pero muy llena de búsqueda de sentido y de razón de ser de cada
situación. Podría verse como la manera contestataria y rebelde. La historia no
es cíclica, ni repetitiva, ni es el eterno
retorno del que se intentara hablar en algunas épocas. La historia es
lineal. Nada se repite, ni por casualidad, ni, muchos menos, por causalidad. La
historia está marcada por las pequeñas o grandes decisiones tomadas a cada
instante, y la libertad es la medida de conducta. Se presume total conocimiento
y consentimiento, lo que supone total dominio de las circunstancias. No deja de
ser una quimera o una ilusión, sin embargo, pero vale la pena morirse en el
intento, ya que, realmente, es muy complicado pretender tener presente todos y
cada uno de los elementos de las situaciones. Esta postura nos lleva a estar
inmiscuidos en cada momento, en el ya y en el ahora, y sin ningún tipo de
enajenación, estar “ensimismados” en
la historia real y concreta. Ensimismado, incluido en todos sus sinónimos, como
absorto, embebido, enfrascado, extasiado, abstraído, recogido, pensativo,
embobado, todo ello para reconcentrarse en cada momento e instante. Nada se
deja para el después, y nada debería dejarse, porque el después será el
después, distinto del ya, y del ahora. Interesante, sin duda.
Y estas dos
posturas radicalmente opuestas llevan a asumir la vida con sus consecuencias.
En la primera, Dios lo quiere así; en la segunda, el cuestionamiento es el por
qué Dios lo quiere así, y lleva a buscar y a encontrar. En esta segunda manera
de asumir-asumiéndose se adquiere riqueza espiritual, a pesar del aparente
espíritu altanero. La altanería sería impetuosidad, y en cierta manera,
intensidad que hace la diferencia y marca la pauta en la búsqueda reencontrada
cada vez y en eterno, sin descanso, para vivir, igualmente en esa constante.
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