miércoles, 23 de marzo de 2016

Los zapatos de Job: capitulo 2

2        



         La espera por la noticia de los exámenes los tenía en ascuas, aunque con mucha esperanza de que todo sería positivo, y esas esperanzas les hacían presagiar que todo iría bien, y que se haría como se tenía programado. El siguiente paso era la recolección de las células progenitora y en eso andaban por esos días en la capital. Estaban más que tranquilos, confiados.
         Es importante hacer una pequeña presentación de filosofía de la historia, en cuanto a la manera de ver la existencia. Esto es importante para intentar comprender los recovecos sorpresivos del vaivén existencial. Así, por ejemplo, algunos piensan, sobre todo, en la mentalidad del pueblo judío del Antiguo Testamento, que la historia es cíclica; es decir, repetitiva. Lo que sucedió, se repetirá, y que “no hay nada nuevo bajo el sol”, un poco en la manera pesimista del libro del Eclesiastés. Pero que, no por ello, se halla fuera de la realidad. De hecho, “nada nuevo hay bajo el sol”, sin duda. Esta manera de presentar el existir, tiene de fondo la idea “teísta” de la historia, en donde el hombre es conducido por Dios, y en donde todo lo que sucede es querido por la divinidad, casi de manera directa. Esta manera de ver la historia, conlleva una postura teológica en la que el hombre, prácticamente, no tiene libertad, sino como una especie de sometimiento a un cierto determinismo, o lo que sería lo mismo, que una preeminencia del destino. Las cosas suceden porque Dios las quiere así, y simplemente, el hombre tiene que someterse de manera sumisa a esa su voluntad. Actuar en ese parámetro es visto y practicado como una especie de fe ciega. A más renuncia del intelecto y de la voluntad a intentar comprender los misterios de la historia personal, es visto como más fe y más cercanía de Dios. Renunciar al propio razonamiento y aceptar la superior sabiduría de Dios es la ley de la Torah entera, y debe abrazar todo el judaísmo; esa es la enseñanza, inspirada, sobre todo en el libro de Éxodo en 24,7.
         La idea del destino, ciertamente, lleva a mirar la idea subyacente de que nada sucede por azar o casualidad. Nada sucede sin una motivación y una línea. Todo tiene una causa y un origen. Es decir, la idea de la causalidad, en donde «toda acción conlleva una reacción”. Nada existe por azar, al igual que nada se crea de la nada. Desde un punto de vista religioso, el destino es un plan creado por Dios, por lo que no puede ser modificado de ninguna manera. Se está prácticamente determinado que así va a suceder, y nada, ni nadie va a cambiar las cosas. Para nada aparece la idea de la libertad, y lo que se ha llamado, de manera tipificada como el libre albedrío, tampoco tiene aplicación. Aunque hay autores y pensadores en la filosofía, como Schopenhauer, Ortega y Gasset, y físicos como Albert Einstein, que niegan la idea del libre albedrío, ya que las circunstancias concretas nos privan de libertad y nos obligan a actuar sin verdadera libertad, sino empujados por las situaciones en cadena, quitándonos la libertad de acción, aun cuando digamos que lo hicimos libremente y lo quisimos a plenitud de conciencia; no era sino las circunstancias que nos empujaban a ello. En ese sentido, sin duda, que, entonces, nunca habremos actuado ni actuaremos en futuro, a plenitud del verdadero sentido de libertad, ya que siempre seremos presa de las circunstancias.
         En muchos casos, muchas personas tienen esa visión de la vida. Y esa postura es muy común entre muchos líderes religiosos y espirituales, encargados de orientar las maneras diarias de enfrentar y asumir la vida. ¿Es bueno? ¿Es malo? No se puede negar que da resultados para no sufrir frente a los reveses caprichosos del sube y baja del sentido y del sin sentido de la vida. Se genera un conformismo y una especie de resignación. ¿Son válidos? ¿Son equilibrados? Da resultados positivos para no confrontar las distintas situaciones adversas. Tal vez, no genera sufrimiento, sino aceptación sin cuestionamientos y se asume la vida como viene.
Pero, la otra manera, en todas las consideraciones, es opuesta. Es la manera, aparentemente inconforme, pero muy llena de búsqueda de sentido y de razón de ser de cada situación. Podría verse como la manera contestataria y rebelde. La historia no es cíclica, ni repetitiva, ni es el eterno retorno del que se intentara hablar en algunas épocas. La historia es lineal. Nada se repite, ni por casualidad, ni, muchos menos, por causalidad. La historia está marcada por las pequeñas o grandes decisiones tomadas a cada instante, y la libertad es la medida de conducta. Se presume total conocimiento y consentimiento, lo que supone total dominio de las circunstancias. No deja de ser una quimera o una ilusión, sin embargo, pero vale la pena morirse en el intento, ya que, realmente, es muy complicado pretender tener presente todos y cada uno de los elementos de las situaciones. Esta postura nos lleva a estar inmiscuidos en cada momento, en el ya y en el ahora, y sin ningún tipo de enajenación, estar “ensimismados” en la historia real y concreta. Ensimismado, incluido en todos sus sinónimos, como absorto, embebido, enfrascado, extasiado, abstraído, recogido, pensativo, embobado, todo ello para reconcentrarse en cada momento e instante. Nada se deja para el después, y nada debería dejarse, porque el después será el después, distinto del ya, y del ahora. Interesante, sin duda.
Y estas dos posturas radicalmente opuestas llevan a asumir la vida con sus consecuencias. En la primera, Dios lo quiere así; en la segunda, el cuestionamiento es el por qué Dios lo quiere así, y lleva a buscar y a encontrar. En esta segunda manera de asumir-asumiéndose se adquiere riqueza espiritual, a pesar del aparente espíritu altanero. La altanería sería impetuosidad, y en cierta manera, intensidad que hace la diferencia y marca la pauta en la búsqueda reencontrada cada vez y en eterno, sin descanso, para vivir, igualmente en esa constante.

No hay comentarios:

Publicar un comentario