miércoles, 23 de marzo de 2016

Los zapatos de Job: capitulo 8

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 Job es, para sus consejeros, un malvado que sufre su castigo, y lo acusan de pecados concretos. Pero, de manera concreta ninguno de los tres amigos le acusan de algo preciso, sino que hablan de generalidades. Se tiene presente, sin duda, la idea del libro de Ezequiel (18), en donde “cada uno es responsable de sus propias acciones, y es premiado según ellas”.
Job, por su parte, reafirma su justicia estallando en un grito al Dios que no responde en una declaración jurada de su inocencia, y en un emplazamiento solemne de Dios para un juicio con él, en el que el tema es la justicia al prójimo.
Elihú, ataca a Job, enojado porque Job “pretendía tener razón frente a Dios”, y porque los tres polemistas de Job, al no tener ya nada que replicar, “habían dejado mal a Dios”. Los que acusan a Job, están buscando ser los abogados de Dios. Quieren y se sienten que hablan en nombre de Dios. Job, los reta, sin embargo. Job se siente justo y reclama justicia.
Yavéh interviene en el desenlace, después que los defensores de Dios, y los acusadores de Job, fracasan en sus discursos. Dice el texto: “No habéis hablado con verdad de mí, como mi siervo Job” (42,7). Y, entonces, se intercambian los roles. Ahora, Job termina siendo el intercesor de sus acusadores, y Dios lo restaura en su condición anterior, aumentándole al doble sus bienes y su vida (muere a los 140 años, el doble de lo que el salmo 90,10 señala como vida media del hombre). Y todo termina en un “final feliz”, como terminan los cuentos de finales felices, como diciendo “Colorín-colorado… este cuento se ha acabado”.
El autor del Libro de Job es un sabio que critica con gran habilidad la sabiduría académica y filosófica, que no sabe dar razón del sufrimiento injusto del hombre. Los sabios, los filósofos, y la misma tradición, no saben explicar el dolor y el sufrimiento en el hombre. Quieren jugar a ser dios, sabiendo lo que no saben, y justificar lo que no tiene justificación. Ahí está la gran crítica del libro de Job, a sus contemporáneos de entonces, y a los que ahora, con posturas de saberlo todo, no saben más que torpezas, a las que enmudecería el silencio respetuoso. Es un grito, ciertamente. Y un reclamo. Y una justicia reclamada, al mismo tiempo.
No porque en aras de defender a Dios a ciegas, se debe condenar al hombre: porque la tesis tradicional de la retribución establece que el sufrimiento es castigo de Dios por el pecado. Job, a partir de su propio testimonio, no acepta dicha doctrina clásica: él es un justo sufriente. Más bien, condena al Dios de la tradición, ante quien no tiene salida. Pero este Job, que no tiene nada que perder, se atreve a demandar a Dios, a pedirle razones, a discutir con él. Ciertamente, un escándalo a todas vistas. Pero, justo ahí es donde está la enseñanza y grandeza del libro de Job. Donde está, justamente, la teología de este gran libro. Se trata de una doble teología. Primero, de la manera que se creía que era la recompensa inmediata, como premio de Dios. O, su contrario, el castigo; y en ambos casos, con la idea de la retribución. Es decir, “el que aquí la hace, aquí la paga”. O si le está yendo mal, es porque Dios lo está castigando de manera inmediata por el mal comportamiento. La idea del castigo de Dios. Pero, la otra teología, y es la que quiere demostrar el libro de Job, es que las cosas no son así, porque Job se declara inocente, y más bien, reta y demanda a Dios. Pero, al Dios o a la idea de Dios, que se creía y de la que se hacían representantes los famosos acusadores de Job y defensores de Dios. Y es cuando la actitud de Job es subversiva y rebelde. Tenía que serlo, porque es lo que se desprende del contenido teológico del libro.

Job es el teólogo que supo descubrir, en su propio acontecimiento, el rostro salvador de Dios; la pastoral de sus amigos lo conducía a una sumisión sin sentido. La rebeldía teológica de Job le permitió supera las barreras de la sabiduría clásica, cósmica, y encontrar al Dios liberador de Israel. Y así, ante la idea de llevar a Yahvé ante un hipotético (e imposible) tribunal para que dé cuentas de su sañuda e inmisericorde persecución ante la prueba a Job; ahora es el héroe quien pretende someter a prueba a la divinidad. Entonces, en vez de Yahvé responder, más bien, contiene un reto desafiante lanzado a Job. Y al final, Job acaba reconociendo que no tiene ningún derecho a decidir el modo en que ha de funcionar el orden cósmico. Ha descubierto que la libertad divina es ilimitada e impenetrable para el ser humano, y que si Yahvé es libre para afligir, también lo es para bendecir. «Y Job murió anciano y colmado de años». Y colorín, colorado...

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