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El sufrimiento,
ciertamente, pertenece al misterio del hombre. Quizás no está rodeado, como
está el mismo hombre, por ese misterio que es particularmente impenetrable. “En
realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo
encarnado. Porque... Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del
misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al hombre y
le descubre la sublimidad de su vocación”. Si estas palabras se refieren a
todo lo que contempla el misterio del hombre, entonces ciertamente se refieren
de modo muy particular al sufrimiento humano. Precisamente en este punto
el “manifestar el hombre al hombre y descubrirle la sublimidad de su vocación”
es particularmente indispensable. Sucede también —como lo prueba la
experiencia— que esto es particularmente dramático. Pero cuando se
realiza en plenitud y se convierte en luz para la vida humana, esto es también
particularmente alegre. “Por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del dolor
y de la muerte”.
“Padre, si es posible aparta de mí este
cáliz; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”…
Misterio…
Misterio… Misterio… ¿El humano lo entenderá alguna vez?
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