miércoles, 23 de marzo de 2016

Los zapatos de Job: capitulo 17

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         Si no se ha leído el libro de Job, de principio a fin, se corre el riesgo y la tentación de encontrar culpable a Job, y se podría alegar, inclusive que Dios nunca apuesta con un espíritu inmundo, con el Satán. Y se alegaría el hecho de que Job había pecado, porque hacía sacrificios y oraba por los pecados que sus hijos cometían, y que como que padre estaba en la obligación moral de corregir a sus hijos para que el Satán no lo castigara con el permiso de Dios. Dice:

Le habían nacido siete hijos y tres hijas.
Tenía también 7.000 ovejas, 3.000 camellos, quinientas yuntas de bueyes, quinientas asnas y una servidumbre muy numerosa. Este hombre era, pues, el más grande de todos los hijos de Oriente.
Solían sus hijos celebrar banquetes en casa de cada uno de ellos, por turno, e invitaban también a sus tres hermanas a comer y beber con ellos.
Al terminar los días de estos convites, Job les mandaba a llamar para purificarlos; luego se levantaba de madrugada y ofrecía holocaustos por cada uno de ellos. Porque se decía: «Acaso mis hijos hayan pecado y maldecido a Dios en su corazón.» Así hacía Job siempre.


         Así se condenaría y se justificaría el castigo de Dios. Se le podría condenar de “alcahuete”. Pero, se podría alegar de inmediato, que cada quien responde por sus obras, y no paga el padre por las obras de los hijos, teniendo en cuenta la sentencia del libro de Jeremías en el capítulo 31, 29-30: “En aquellos días no dirán más: “Los padres comieron el agraz, y los dientes de los hijos sufren de dentera»; sino que cada uno por su culpa morirá: quienquiera que coma el agraz tendrá la dentera”. Y no tendía por qué pagar Job por las obras de sus hijos.

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