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El grupo de tres ya había regresado a su ciudad de origen.
Al cabo de unos días, sucedía un doble acontecimiento, en el
grupo de los conocidos de los que estaban recibiendo tratamiento contra el
cáncer. Un viernes, justo a las once de la mañana, recibía el transplante de la
médula ósea, en Caracas, uno; y en la ciudad del interior, moría, otro. No es
nada de especial que así fuese, ya que eso sucede constantemente; pero, para
ellos, eso era una coincidencia significativa. Por eso se llama “coincidencia”;
es decir, un hecho fortuito y pasajero, pero que para algunos tiene una
referencia personal, y de importancia, aun cuando no lo tenga, sino de manera
subjetiva. Él tenía 29 años; ella, 44.
La que moría, era conocida por muchos en las instalaciones y
en algunos de los servicios del hospital.
-- En la vida
existen personas que nacen con una buena estrella – reflexionaba ella, en una
conversación con uno de los integrantes del grupo de los tres. -- Que les ha
tocado caminar por calle de pétalos de rosas, donde su vida ha sido feliz y
plena.
-- Existe otro grupo que por el
contrario han nacido estrellados. Han tenido que caminar por calles de piedras
puntiagudas en caminos cuesta arriba, pero han aprendido a pulir cada una de
estas piedras hasta convertirlas en hermosos diamantes.
-- Han aprendido a transformar los
momentos negativos que se le presentan en la vida, por momentos positivos más
agradables.
-- Yo nací sin
buena estrella, pero tuve la dicha de nacer en una maravillosa familia con unos
padres amorosos y dedicados a sus hijos. Nací con un problema de salud
denominado ANEMIA DREPANOCÍTICA, la cual de una u otra manera delimita la vida
de los pacientes y familiares. Ya que debe mantenerse un control medico
constante y un tratamiento de por vida.
-- Pasé una niñez entre dulce y agria, debido al problema de salud presente. Pero
siempre rodeada de mucho amor tanto de mi familia como de los doctores y
personal de banco de sangre. Todos siempre pendientes de la negrita.
-- A medida que crecía me daba cuenta de
las limitaciones que me causaba la enfermedad, una simple gripe, un virus que
pasó a lo lejos, el pasar todo el día en una fuerte actividad física, cualquier
cosa me generaba crisis propias de la enfermedad, por lo que debían
hospitalizarme. Entre las consultas, tratamientos y crisis, vivía más tiempo en
el hospital que en casa. La adolescencia, el no poder llevar el ritmo de vida
de mis amigas, y el no aceptar las limitaciones de la enfermedad me generaba
tristeza, frustración y depresión en mi vida. Comencé a vivir como hoja al
viento. Como vaya viniendo, vamos viendo.
Sin motivación por nada, sin metas ni futuro trazado. Sin importarme nada, ni
nadie Sólo vivir por vivir….”
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