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El
grupo de los tres había vuelto a Caracas. Volvía a repetir la rutina de
estudios médicos… Nada nuevo bajo el sol. Nada había cambiado. El ascensor
subía. Bajaba. Todo igual, como la realidad de la enfermedad. No había nada qué
hacer. El transplante autólogo no se podía aplicar. Y el de un donante, se veía
muy complicado… Imposible. Nada que hacer…
--
¡Sólo Dios es el que sabe! – apuntó uno de los tres, como para encontrar
consuelo al desconsuelo de la realidad de entonces.
--
¡Pero, el problema es que nadie sabe lo que Dios sabe! – señaló la misma
persona que había dicho lo anterior…
-- ¡Y,
ni para preguntarle! – Porque no contesta…
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