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La
pregunta de Job es, pues, en qué medida Yahvé, que es responsable del hombre,
ha dejado de ser compasivo. En el fondo, se trata de constatar el olvido de
Dios y aprender, desde esa certidumbre, a vivir como si Él no existiera; acaso
esta dolorosa verdad sea la amarga sabiduría que se alcanza tras el sufrimiento
y que deja al hombre anclado en el enigma o el absurdo de una pregunta sin
respuesta, o en una respuesta, que de ser cierta, nos deja a la deriva, en
situación de náufragos. Quizás en eso consista el sentido del sufrimiento, que
permite al que sufre comprender que no tiene sentido el sufrir. Y lo que es
peor, que no tiene explicación. Tal vez, en eso consista la sabiduría. Y, ¿para
qué sirve, después de tanto atropello físico, mental y hasta moral, en un
desgaste sin tregua?
Cuando
Job se lamenta de su estado, de su sufrimiento gratuito, apela al orden, a la
lógica inserta en la creación, para revelarse contra su propia situación pues
no parece haber existido causa alguna en sus palabras o en sus actos para
justificar el abandono y el sufrimiento que padece. El sufrimiento del hombre
carece por completo de significación; en realidad el hombre representa una pura
y simple nada. La suma de todo el sufrimiento humano acumulado durante
siglos no altera un ápice la estructura
de este universo. En nada varía el orden físico existente.
El libro de Job es un interrogante desnudo, una
herida que no acaba de cicatrizar, una espantosa duda que coloca al hombre en
el abismo de su ser, que hace pedazos su confianza. Job es un superviviente del
desconsuelo, un hombre abatido y tan cargado de razones que resulta grotesco.
No quiere darse cuenta de que sus razones ya no sirven.
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